La mayoría de los
padres consideran que educar es una tarea difícil.
El comportamiento de los hijos
exige perseverancia y unas técnicas básicas de disciplina.
Carloooos! Que te he dicho que te duches, te sientes a la mesa y recojas tu
cuarto… ¡YA! No entiendo por qué no me haces caso a la primera, siempre tengo
que gritarte y ni por esas, me tienes hartísima. Cuando venga tu padre, se lo
digo. Me desesperas. Si es que no puedo contigo, un día de estos te voy a dar
un bofetón”.
Después de esta escena, algunas madres dan un portazo, incluso lloran de
desesperación. No entienden que su hijo no haga lo que se le pide a la primera.
La explicación que dan es que el niño es desobediente, malo, y que no hay nada
que hacer por conseguir paz en casa. Terminan por juzgarse como malas madres e
ineficaces en la educación de sus hijos. En la escena podemos encadenar varios
errores para que Carlos no obedezca: dar voces, órdenes contradictorias,
comunicarle que ha perdido la batalla (“puedes conmigo, me desesperas”) y
amenazarle con hablar con su padre demostrando que su autoridad es nula.
“El propósito de la
educación es lograr que los niños quieran hacer
lo
que deben hacer” (Howard Gardner)
La mayoría de padres ve la tarea de educar como algo difícil. Pero si
anticipa todo lo que puede fallar, que su hijo no estudiará, se relacionará con
amigos que resten, no comerá… esto le desesperará y caerá en la profecía
autocumplida. Lo más importante en la educación es establecer unas reglas que
no se salte ni usted. Trabaje para que se cumplan desde edad temprana. A partir
de los seis meses los niños entienden muchas cosas; no se expresan, pero
empiezan a diferenciar entre “esto sí se puede y esto no”. No trate de educar a
un chaval de 15 años al que lleva consintiendo todo este tiempo, será tarde.
Cuanto antes sepan sus hijos que hay normas, que los premios van asociados al
cumplimiento de responsabilidades, que todos tienen que colaborar, antes
conseguirá tener hijos educados, responsables y con autonomía.
La mejor prevención en educación es la intervención temprana. Muchos padres
se quejan de que los niños no vienen con un manual bajo el brazo, pero si
siguen estas reglas básicas, seguramente le allanarán el camino que supone
educar.
Primero. Volumen y tono
conversacionales. Conseguir que le hagan caso no es cuestión de hablar alto. El
poder está más en lo que se dice, en las consecuencias que conllevará no
hacerlo a la primera, en la coherencia y en ser muy disciplinado con las
rutinas. Si quiere que sus hijos le respeten, empiece por respetarles a ellos.
Nadie quiere obedecer a alguien que no se muestra seguro y relajado.
Segundo. No dé órdenes
contradictorias. Si le dice a su hijo que se duche, que recoja su cuarto y que
se siente a la mesa, sin indicarle el orden, igual lo bloquea. Dígale lo
primero que tiene que hacer, y cuando haya finalizado, lo segundo. Si su hijo
tiene edad para memorizar varias órdenes, enuméreselas, dígale cuál es su
prioridad. No espere que él la sepa, porque tiene las sus propias.
Tercero. Imaginación. Haga un
concurso por semana para que jueguen “a hacer lo que deben”; puede ser sobre
cualquier comportamiento a corregir. Los domingos lo puede anunciar: “A partir
de mañana, se celebra el fantástico concurso de ‘Quién tiene la dentadura de
caballo más limpia’. Las bases son estas: limpiarse los dientes tres veces al
día y pasar revista. Las puntuaciones de papá y mías se sumarán, y el viernes
anunciaremos ganador”. Si quiere que los niños se lo tomen en serio, haga lo
mismo. Y tenga paciencia, hasta que se convierta en rutina necesita tiempo. El
juego genera un ambiente relajado en el que apetece más aprender y obedecer.
Cuarto. No quiera modificar en
su hijo todo lo que le molesta de una vez. Si se pasa el día diciéndole lo que
hace mal, terminará por cargarse su autoestima. Elija una conducta a modificar
y céntrese en ella siguiendo las pautas de este artículo. Cuando lo consiga,
siga con otra.
Quinto. Cuando corrija o muestre
su enfado con ellos, no los ningunee, ni ridiculice, ni haga juicios de valor.
Si lo hace, terminarán por comportarse conforme a las expectativas que se han
puesto en ellos y les afectará a la autoestima. Es mejor decir: “No me gusta
ver tu cuarto desordenado; por favor, guarda los juguetes en las cajas”, a
decirles: “Eres un guarro, qué asco de dormitorio”. No consiga que se cumpla la
profecía autocumplida. Si les transmite que no confía en ellos y que no espera
nada, puede que se cumpla.
Sexto. Sea constante. Aquello
muy importante, basta con que lo argumente una vez, no busque más razonamientos
porque su hijo no los necesita. Simplemente busca ganar tiempo para no hacer lo
que debe. Dígale: “Esto no es negociable; cuanto antes empieces, antes podrás
disfrutar de lo que más te gusta”. Negocie lo que sea negociable y no siente precedente
con lo que no lo es.
“Educad a los niños, y no tendréis que castigar a los
hombres” (Pitágoras)
Séptimo. Paciencia y calma. Las
personas que transmiten con paciencia son más creíbles y generan un ambiente
cálido y relajado. Cuando introduce cambios en la manera de educar, al
principio los niños reaccionan con incertidumbre: “¿Qué significa que mi
madre/padre ahora están calmados y no me gritan?”. Deles tiempo, necesitan
acostumbrarse a esta nueva forma de comunicarse.
Octavo. No se contradiga con su
pareja. Los niños tienen que saber que la filosofía y la escala de valores
parten de los dos. Si no, estarán chantajeando a uno y a otro, fomentando el
engaño para conseguir lo que quieren. Terminará por tener muchas discusiones
con su pareja por eso. No se descalifiquen, ni ridiculicen, ni contradigan
delante de ellos. Todo aquello en lo que no estén de acuerdo, háblenlo en la
intimidad y negocien.
Noveno. Nunca levante los
castigos. Es preferible aplazarlo, pero que sea efectivo y lo cumpla, que imponer
uno muy duro fruto de la ira y que luego deshará convirtiéndose en alguien a
quien se puede chantajear. Dígale: “Esto merece un castigo, ya te diré qué va a
pasar”.
Décimo. Mejor que el castigo, el
refuerzo. Significa prestar atención a lo que hace bien, cualquier cambio, y
decírselo. Si continuamente centra la atención en lo que hace mal y le corrige
y se enfada, su hijo aprenderá que esta es la manera de llamar su atención.
Todo lo que se refuerza, se repite. Al niño le gusta que sus padres estén orgullosos
de él, pero tiene que decirle de qué se siente usted orgulloso, porque él no lo
va a adivinar.
Recuerde lo más
fundamental: hasta la adolescencia, no hay figuras más importantes que los
padres. Si trata de educar en una dirección, pero se comporta en otra, será
inútil. Los hijos copian, son esponjas. Educar con acciones tiene mucho más
impacto que con palabras.
Lecciones con arte:
La película
– ‘El club de los poetas muertos’, del director Peter Weir.
La frase
– “Tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre.
El hombre no es más que lo que la educación hace de él”, de Inmanuel Kant.
Canción
– ‘Lecciones de
urbanidad’, de Serrat.
PUBLICADO POR PATRICIA RAMÍREZ EN "EL PAÍS SEMANAL"